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Jacques Jonassaint

Libertad. Igualdad. Fraternidad.

Haití nunca ha alcanzado su máximo potencial. Desde los valientes y nobles comienzos al caos que domina al país en la actualidad, nunca se ha permitido que el verdadero Espíritu de Haití prospere. Como la única nación en donde los mismos esclavos se liberaron de las cadenas de servidumbre para establecer una constitución en la se garantizara la libertad y ciudadanía a todas las personas, desde entonces Haití ha sufrido reveses que van de las catástrofes naturales y el elitismo codicioso a la intervención extranjera y el castigo internacional.

De la forma más humilde, el pueblo haitiano le ha pedido regularmente a su gobierno y a la comunidad internacional reparaciones durante nuestros más de 200 años como estado frágil. Pero nuestras constantes peticiones han tenido como respuesta intervenciones extranjeras ineficaces y ocupaciones globales que han perjudicado a nuestros ciudadanos más vulnerables, trayendo como resultado enfermedades como el cólera, violaciones y desplazamiento socioeconómico.

Por si fuera poco, algunos extranjeros han apoyado en la inmunidad diplomática mientras perjudicaban a nuestro pueblo durante muchas décadas. Otros se han aprovechado deliberadamente al expoliar nuestros recursos y atacar al pueblo. Al mismo tiempo, no hemos negado nuestra atención a nuestros hermanos y hermanas de la comunidad internacional. Les hemos advertido una y otra vez de nuestra insatisfacción con sus actividades y actitudes monopolistas. Incluso les hemos recordado en ocasiones sobre las circunstancias de su inmigración y establecimiento en Haití, y les hemos exhortado, a través de nuestros lazos comunes a la primera república negra, a que detengan la explotación de nuestros recursos sin entregarnos lo que nos corresponde.

Algunas veces, las otras naciones y posibles socios incluso trataron de castigar a Haití a través de embargos, aranceles excesivos y otras sanciones. Y, con frecuencia, estas acciones han ocasionado una economía de la escasez y codicia inherente en una situación de pérdida total. Estas condiciones crean caldos de cultivo para la oligarquía, la violencia pandillera y la anarquía en lo que respecta a la justicia y el estado de derecho. 

Es momento de desechar el pasado. Es momento de dejar ir el rencor y las recriminaciones. Es hora de crear y construir sobre bases comunes con los verdaderos actores políticos de Haití. Estos son el pueblo mismo e incluyen a colaboradores de todo el mundo, quienes comprenden y apoyan los valores fundacionales de nuestra hermosa nación. Por mucho tiempo se ha ignorado la voz de la justicia y la fraternidad.

Pero ya no más.

Debemos aprovechar este momento para reconciliar las diferencias entre los haitianos, más allá de las jerarquías sociales, la condición económica y la posición política. Con la sabiduría que da la experiencia, debemos establecer alianzas verdaderas, para superar barreras, con colaboradores que dan tanto como reciben. Desde el gesto más sencillo, como colocar una semilla en nuestro suelo fértil a negociar con eficiencia con los que controlan el mundo, debemos unirnos. Debemos trabajar en todos los niveles de la sociedad, de abajo arriba y de arriba abajo. Debemos restablecer la esperanza a través de buenas obras. Paz a través de la hermandad, y el futuro a través de participación honesta. Es solo de esta manera y con plegarias fervientes que finalmente habremos de colocar el lema bordado en nuestra bandera: Libertad. Igualdad. Fraternidad.


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